TLATELOLCO 2 DE OCTUBRE DE 1968
Para Mi
Blog
Poner todo
el archivo, es muy complicado; resultaría aburrido para el lector, no para mí,
que he dedicado todos estos años, ¡¡desde 1976!! después de la muerte de
Franco… ¡Y aún persisto en ello! Son más de 600 páginas. De cualquier forma,
aquí quede mi pequeño y humilde contribución a clarificar la Verdad. Ojala
sirva para que el Gobierno Mejicano diga, ¡de una puñetera vez! Toda la verdad.
¡¡Así sea!!
© José María Bello Ruiz.
Hoy en Reinosa, a 18 de Septiembre de 2014.
En el Infierno del 2 de Octubre en
Tlatelolco
Relato de ficción
© José María Bello Ruiz. Madrid 3 de Junio de
2008
Los personajes y
la situación, son enteramente inventados; de mi “hornada”, salvo la triste
realidad del 2 de Octubre en Tlatelolco, algo que no olvidaré jamás. Fantasía
convertida en imaginación; imaginación de chorlito, ¡pero Imaginación al fin y
al cabo!
Llevaba cinco días en México. Ya había estado aquí
anteriormente con ocasión de rodar un documental sobre los charros y charras,
y, como no podía ser menos, La Charrería. También vine a rodar una película,
que era mi verdadera profesión, como primer operador de cámara en una película
dirigida por uno de los míticos directores mexicanos. Me quedé por ello, y lo alargué
a doce años más. Ttrabajé para Posa Films,
para y con mi Excelentísimo Señor Don Mario Moreno Reyes, el Gran Cantinflas, con gran orgullo para mí, y por decisión
propia, así le clasifico en el rincón de mi Vida privada. En dos de sus
películas carismáticas; un orgullo me embarga con ello.
Me granjeé una buena notoriedad, o popularidad en México, y
llamó la atención entre la Profesión, mi dedicación especial hacia la mujer,
que en el sector más recalcitrantemente machista mexicano, sirvió de mofa constante,
pero de admiración en los círculos progresistas, y sobre todo, feministas. Y
entre mi círculo de amistades.
El reportaje tuvo muy buena acogida, sobre todo allá en
España, de donde procedo, paro con reticencias dentro de ciertos sectores “ortodoxos-franquistas-machistas”,
que no marxistas; no vayan a confundir términos.
Me hice un puestecito entre la High Socieity
intelectual del DF; Distrito Federal, que es como se llama familiarmente a
México Capital. ¡Ah!, que ya lo sabían; pues lo recalco, porque lo amo.
Ahora, años después de aquello, me han vuelto a contratar
en una coproducción hispano-estadounidense-mexicana. Azcárraga Milmo. “El
Tigre” si, y Juan Abelló, paisano español, y gallego, Director de Cadena Ibérica, Radio Nacional de España,
para cubrir las Olimpiadas de México 68. Y estoy instalado, laboralmente
hablando, por supuesto. ¡Y fuera del trabajo!, pues no salgo de allí; casi
duermo en ellos. En los Estudios
Churubusco, al que mis íntimos empiezan a llamar, “Mi Hotel”, y yo también.
Estoy, o me han puesto, al mando de un equipo de excelentes profesionales, entre
los que se encuentran Carlos: Victor y Rubén, a los que llamamos familiarmente,
Charly, Vic y Ruby, algo muy mexicano por otra parte, que eran los que me
acompañaban en esos momentos.
Teníamos echado el ojo a dos atletas: un estadounidense,
alto y flaco; delgaducho, como no podía ser menos en esto de salto de altura. A
pesar de que había “cosechado” varios
récords y medallas, nadie daba un céntimo por él. Saltaba de una forma que era
casi ridícula. No nos tenía nada convencidos, ¡a nadie! Y el que lo niegue,
¡¡miente como un bellaco! Ningún medio de Comunicación; ni mexicano, ni
español; ni estadounidense; ¡ni de Pernambuco! Tenía la menor fé en ese hombre.
Richard Douglas Fosbury, que había nacido el 6 de marzo de
1947 en Portland, Oregon. Es decir, que tenía dos meses más que yo, era su
nombre.
Melena al viento; rubio; delgadísimo; muy alto;
desgarbado.
La sorpresa para todos llegaría al final. Fue el único que
sobrepasó el listón en los 2’24 de altura. Derribó en los dos primeros, pero
los saltó al tercero. Nos solo ganó la medalla de oro, sino que batió el récord
Olímpico; y pasó a la Posteridad, y la Leyenda.
Nunca consiguió superar el Récord del Mundo, pero creó el
único estilo con el que hoy se salta; el “Fosbury Flop”, Estilo Fosbury. El
otro, el ventral, ya está totalmente obsoleto y olvidado. ¡Nadie salta así!
Solo se salta de la forma Fosbury, que hasta se ha olvidado que él fue el
auténtico creador a pesar de llevar su nombre.
El otro era
de la tierra. Un mejicanito de pequeña estatura, muy delgadito, de figura
aparentemente frágil, pero duro y correoso. Y poseedor de un enorme corazón, no
solo por la resistencia. Simpático, aunque algo reservado. Era un atleta de la
prueba de “Marcha”, o “Caminata”, como se la llama por aquí: José Pedraza.
Conocimos algo sobre su vida, y yo me interesé por algo que me corroía en las
entrañas.
Era sargento
militar; de Trasmisiones. Al principio no me gustaba mucho por esta razón; los
uniformes, así como las sotanas, no son de mi aceptación o simpatía. Digamos
que ellos y yo no somos compatibles. Estaba en la división a la que estaba al
mando el General Marcelino García Barragán, posteriormente célebre, tristemente,
por los acontecimientos que nos suceden. El mismo que había formado el Batallón Olimpia para la seguridad de
las olimpiadas, de ahí su seudónimo.
Le pagaban
una miseria, a Pedraza, claro. Era un indiecito tarasco, casado con una
mujer también de la misma tribu. Su sueldo era miserable. Resulta que a pesar
de su estura, era muy aficionado al balón-cesto, e incluso había formado parte
del equipo de la Brigada Mecanizada, y había formado parte en los famosísimos
enfrentamientos rivales de la liga superior entre su equipo y el Politécnico.
Pero a él le
gustaba correr. Corría en los 5.000 lisos, y llegó a ganar varios campeonatos,
pero sus superiores se fijaron en él, y le metieron en el equipo de marcha.
Existía un general, o coronel, que no le tenía en mucha estima, un tal José Suástegui Salgado. Como sucede en
estos casos, le hizo la vida imposible.
En las
selecciones para las olimpiadas del 60, había sido eliminado, lo mismo que en
las del 64, aunque quedó el cuarto, a las puertas. Posteriormente llegó a ganar
varios campeonatos nacionales.
Jerzy
Hauslelber, polaco, fue nombrado entrenador oficial del equipo de marcha
mexicano. José participa y gana en los juegos de: Polonia, Postdam y Varsovia.
Dinamarca, Copenhague. La antigua Unión Soviética. Chicago, aunque nunca le
gustó competir en los Estados Unidos. Londres. Roma.
Había ganado en los
juegos olímpicos de, Polonia, Postdam, y Varsovia. Dinamarca, Copenhague. La Unión Soviética. Chicago, aunque
nunca le gustó competir en los Estados Unidos.
Londres. Roma…Un portento. Pero como en muchos de estos casos, era un hombre explotado.
Me lo presentaron, y noté que dentro de esa figura
taciturna, había algo muy intenso. Era fiel al ejército, y a ellos les debía
que pudiesen comer su esposa y él. Y esta era la tristeza: ella se encontraba
muy enferma de los bronquios. No tenía muchos cuidados, y estaba muy débil.
Tanto es así, que un año después moriría. ¡¡Y José Pedraza ganó la medalla de
oro de las Olimpiadas!! Que se colgaron otros.
La protesta en reivindicación de igualdad de derechos
entre blancos y negros en Estados Unidos, con los guantes negros en la mano
derecha y la cabeza baja, negándose a cantar el himno; o dando la espalda, de
los dos atletas negros, Tommie Smith y John Carlos, oro y
bronce respectivamente en los 200 m lisos.
Por primera vez, México gana nueve medallas. Entre ellas, dos mujeres:
en esgrima, Pilar Roldán de
Giffening,
plata en la modalidad de florete. Y María Teresa Ramírez, bronce en 800 metros
libres.
Pero
esa, es otra historia.
* *
*
Me informé exhaustivamente del estado de las iniciativas
estudiantiles y sus consiguientes revueltas. La invasión de la Universidad de
Nuevo León por parte del ejército tiempo atrás; las represalias por parte del
gobierno de Díaz Ordaz y sus correligionarios en el gabinete, con los muertos
resultantes.
El descontento con el gobierno de Díaz Ordaz, y su régimen
dictatorial y cruelmente represivo, era ya desbordante; la fama de autoritario
entre su propio “equipo”, y de sus fantasmas, donde veía rojos y comunistas por
todas las partes; algo no muy alejado de la realidad de su tiempo entre
dictadores de Derecha, pues éramos muchos los de izquierdas que abundábamos por
el mundo, y no podemos olvidar que México acogió cariñosamente a los refugiados
españoles de la guerra.
Allí estaba yo, Gabriel Alcázar De Santiago; ese es mi
nombre, disculpen la tardanza en presentarme. De nuevo en mi querido México, y
entre sus maravillosas gentes, que ahora se veían envueltos en una revolución,
una vez más para no perder costumbre, en manos de la chingada; en manos de los corruptos políticos del PRI. Ellos tenían
como emblema, a Lady M; Doña Mordida.
Uno de los gobiernos del Mundo, más corruptos, y más de setenta años al frente
y mando de un barco, que da la sensación, por sus actitudes, ¡que es suyo!
Ahí, en esos momentos, estaba al mando Díaz Ordaz; ¡así le
haya llevado la Chingada!
Bueno; por lo visto se había convocado una manifestación
en la zona de Tlatelolco. Tomé como oportunidad, hacer algo de “turismo” antes de comenzar los duros
trabajos de preparación del documental, cuyo guión ya estaba terminado.
Así que agarré una Arri de 16 mm; la primera que tuve a
mano, y me la colgué al hombro. Tomé unos carretes, dos paquetes de dos, y les
avisé a los chicos, que se volvieron como locos ante el acontecimiento.
Charly, Vic y Ruby eran más jóvenes que yo, y mucho más
entusiastas, pero les advertí de los riesgos. Ni les preocupó, aceptando el
reto sin más. Les indiqué que hicieran lo mismo tomando cámaras. En prevención,
me llevé conmigo a uno nuevo en el equipo, pero ya veterano: Leni, Leoncio, al que se le fue
modificando el diminutivo hacia el apodo de Lenin,
haciendo un juego con su diminutivo y sus creencias político-sociales.
Lenin era un muchacho que estudiaba en el CUEC, y tenía grandes
aptitudes con la cámara. Me admiraba, algo excesivo para mi gusto, y se
entusiasmó con la proposición de formar parte de mi equipo. Era un muchacho de
grandes cualidades profesionales, y le tomé gran afecto personal. Era una
magnífica persona; activo, jovial, muy eficiente, y de gran sentido de la
lealtad. Más rojo que el mismo Lenin en sus ideas, trotskista acérrimo por
entonces, y se mostraba muy contrario con los regímenes autoritarios en el
mundo, incluso con los comunistas; de ello me di cuenta particularmente, pues
era duro crítico con el régimen estalinista, y culpaba enteramente al dictador
de la muerte de Trotsky. Encajábamos muy bien en todo ello.
Pero el muchacho tenía muchas ganas de aprender el
“oficio”, y me tenía en un pedestal nada justificado. Yo ya tenía veintiséis
años, y doce de experiencia. Era profesional del Cine, estudiando en el
Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, que
posteriormente pasó a ser la Escuela Oficial de Cinematografía.; realicé
estudios ganando una beca para estudiar en el CUEC (Centro Universitario de
Estudios Cinematográficos) mejicano del DF, y ya había intervenido en bastantes
películas, sobre todo con Broston, allí en Madrid, España. Trabajé con Anthony
Mann; Nicholas Ray; David Lean; Arthur Penn; Sidney Polack, y con el mismísimo
Cukor. Eso le encandilaba hacia su admiración por mí. Por una parte me hacía
gracia su actitud, y por otra, utilicé la coyuntura para darle algo de envidia.
Pero lo más importante, es que aquel tipo me cayó muy bien y le tomé afecto; ¡y
respeto hacia su dedicación!
En las instalaciones deportivas previstas para las Olimpiadas,
la presencia de policías y del ejército con sus soldados, era manifiesta. Se
sucedieron varios incidentes con los deportistas.
Los esfuerzos por parte del gobierno mexicano en ocultar la
situación real, eran inútiles. Los numerosos corresponsales de prensa de los
distintos países, hacían imposible esta misión. Los miembros del Comité
Olímpico Internacional se esforzaban en dar una imagen relajada, de ejemplo al
mundo Subdesarrollado de la América Hispana, dando la visión de un país con un
clima político estable, confortable, y suficientemente desarrollado; e
inmejorable para los juegos olímpicos de México
68. No se decía nada del intento de boicotear los juegos, pero entre
nosotros, los reporteros que cubríamos la información, era un hecho relevante.
Sabíamos de la situación estudiantil allá en México, y en el resto del Mundo;
¡¡era un hecho!! Y ni Díaz Ordaz, ni su séquito; ni mil como él podían
ocultarlo.
Ahora estábamos allí, en la Plaza de Las Tres Culturas; en
la zona de Tlatelolco. Era un día caluroso, aunque existía cierta brisa en el
ambiente, con nubes amenazantes. Me tomé un tiempo en filmar las ruinas
arqueológicas; el templo de Santiago Tlatelolco, y el resto del ambiente en la
Plaza de Las Tres Culturas. Era un ambiente festivo; la música desde la tercera
planta del edificio Chihuahua llegaba a nuestros oídos, semiapagados por el
jolgorio reinante; gente de todas las condiciones sociales, jóvenes y menos
jóvenes. Incluso madres y matrimonios con sus hijos en brazos. Se respiraba un
ambiente jovial. A pesar de todo, les tenía prevenidos para el momento que
empezasen los discursos.
Alguien hablaba; después supe que se trataba de Vega. De
repente, vimos como entraba en la
plaza un grupo de militares. Miré mi reloj, no tenía ni idea de que a aquella
hora tuviese lugar ninguna concentración militar. Eran las seis y siete
minutos, más o menos. Vi un reflejo luminoso verde en el ambiente, seguido de
otro rojo. Miré por todas partes en busca del origen de aquel resplandor.
Entonces miré al cielo en la dirección que muchos de los que me rodeaban
miraban en aquellos momentos. Vi dos luces de bengalas de color verde, y otra
de color roja, que caían lentamente desde un helicóptero que sobrevolaba el
edificio de las torres de Gobernación.
Miles de soldados entraban desde San Juan de Letrán y la
Vocacional 7. Tras las tropas, unas tanquetas. ¿Carros blindados? Entonces
comprendí: ¡¡ se acabó la fiesta!! Aquellos venían a aguarla, como siempre.
Vi el fogonazo de la tercera planta, donde estaban los
líderes del mitin; luego uno más pequeño, y una detonación. Voces de protesta,
y el griterío que no dejaba oír nítidamente nada. Mandé a Lenin que conectase
el sonido.
La muchedumbre se desplazó como una ola de maremoto hacia
la izquierda del edificio Chihuahua según se miraba desde la plaza, huyendo
despavorida.
Yo me lancé escaleras debajo de la explanada, justo debajo
de la cornisa del edificio Chihuahua, con un ojo en el visor de la cámara, y el
otro abierto hacia mí alrededor.
De los altavoces se oían los gritos tranquilizadores del
compañero Vega, que nos alentaba a tranquilizarnos. Oí un nuevo disparo, esta
vez encima de mí; luego le siguieron varias ráfagas de armas automáticas.
De la cornisa del edificio que tenía aún frente a mí, el
edificio Chihuahua, apostado sobre la cornisa, distinguí a un tipo bastante
alto de estatura. Llevaba el pelo cortado a lo militar. De hecho, yo en esos
momentos creí que era un soldado; uno de los muchos que invadían ta la plaza.
Entraban por los cuatro costados, pero en especial desde la calle San Juan de
Letrán. A mi izquierda, varios soldados se lanzaron cuerpo a tierra, al grito
de uno de ellos:
• “¡¡Pecho en
tierra!!- Era la forma mejicana militar de decirlo.
Desde esa tercera planta, oí:
• “¡¡Calma,
compañeros, no corran!! ¡¡Calma, compañeros!!-Y de mí alrededor, muchos
gritaban:• ¡¡¡El Consejo, el
Consejo!!!-
Vi que muchos corrían hacia allí. Me di cuenta del hecho:
¡estaban tratando de ayudar a los de la planta tercera, que eran los líderes!
Un grito me llamó la atención:
• ¡¡No tiren!!
Somos de Batallón Olimpia ¡¡No disparen!!-
Vi a varios tipos vestidos de civiles, pero me llamó la
atención que llevaban sendas pistolas “escuadra” como allí llaman a las Colt
1911 de USA, y las Star españolas, o similares. Alguno pude observar que
llevaban un pañuelo en la mano izquierda, creyendo por entonces que estaban
heridos, y lo llevaban a guisa de vendaje. ¡Qué casualidad! eran muchos los
heridos en esa mano. Luego comprobé que no eran solo pañuelos, sino también
guantes. Algo sospeché, pero estaba muy atento a lo que observaba tras el visor
de mí cámara.
La muchedumbre seguía huyendo despavorida, descontrolada,
aunque en su mayor parte se dirigían hacia la parte izquierda de la plaza,
según se miraba al edificio Chihuahua, al lado opuesto a la Iglesia, iban por
todas direcciones, buscando salida de la plaza.
Giré en noventa grados, a la derecha, hacia la Iglesia.
Allí vi un movimiento extraño de mucha gente. Desde la esquina, tras el chaflán
de la Iglesia, unos soldados encañonaban a un grupo de hombres, que con los
brazos alzados, mostraban las manos izquierdas con los guantes o pañuelos, y
les dejaron libres.
A mí izquierda, algo escorado hacia las escalinatas, oí:
• “…Allí mi
teniente…¡¡Esos reporteros del carajo!! Por allí mi teniente…”-
Me asusté de veras. Por un momento creí que se referían a
Lenin y a mi. Entonces, por el ojo libre, via a uno de esos grupos vestidos de
paisano con el guante y el pañuelo blanco. Tenían aspecto de estudiantes, pero
en aquella, los estudiantes llevaban el pelo largo, al estilo de los Beatles, t
estos lo llevaban muy corto; a lo militar.
Me escabullí como pude en la baranda de las escaleras, y
reaccioné con astucia. Estaban arrinconando a jóvenes, y en aquella zona, casi
todos éramos reporteros o periodistas, así que hice lo que me ordenó la razón;
¡ir al lado contrario!
Salté hacia delante, subiendo de nuevo las escalinatas, y
metiéndome de nuevo en la plaza, ¡en plena boca del lobo!
Comprobé satisfactoriamente, que Lenin me seguía, pegado a
mí como una lapa.
La zona norte de la plaza es menos empinada, y aquella
zona se convirtió en un embudo. Los soldados comenzaron a disparar.
Desde la cornisa, aquel tipo había desaparecido, y la
gente lanzaba objetos contundentes en la dirección, donde supuse estaba ese
individuo. ¿Cómo es que un estudiante tenía ese tipo de arma? Unos soldados,
cerca del edificio Chihuahua, pusieron rodilla en tierra. Otros, cuerpo a
tierra; pecho a tierra, como se dice en México, y respondían a los disparos que
provenían del edificio.
De nuevo el grito:
• ¡¡No nos
disparen!! ¡Somos del Batallón Olimpia!-
Entonces si me quedé sorprendido: ¡Aquello sonaba como una
contraseña! Corrí hacia San Juan de Letrán. Me di cuenta que a mi lado seguía,
muy de cerca, Lenin. Me tranquilizó el hecho. Saqué el chasis, se lo tendí, y
él lo guardó rápidamente entendiendo al instante, y le grité:
• “¡¡Sal de aquí,
y llévalo contigo!! ¡¡¡A muerte León!!!- Y sonrió ante el nuevo apodo que le
lancé. Puse un nuevo chasis, y enlacé los bucles en el pasador como pude. Nos
dividimos en direcciones contrarias.
Me tranquilizó el saber que me había comprendido. Salté
los escalones de la plaza como pude, sin darme perfecta cuenta del modo.
Dejé a mi paso varios cuerpos. No supe si estaban muertos
o no, pero eran bastantes. Tropecé con uno. Era de una joven. Sus rasgos me lo
anunciaron. Estaba aún caliente, y al moverla, vi que la parte oculta de su
cráneo estaba reventada. Me detuve unos cortos instantes para filmar esos
detalles, al menos eso creí entonces. Rápidamente saqué el chasis de nuevo.
Supe que esas imágenes eran muy importantes, y lo guardé bajo mis ropas. Saqué
el último chasis, y me pude esmerar algo más, agazapado tras un muro.
Me introduje intencionadamente en la calle de la
izquierda, que estaba bloqueada por los soldados. Entonces me di cuenta de que
estaba lloviendo. Caminaba deprisa, pero sin correr alocadamente. No habían
transcurrido más de diez minutos de todo ello. Me volví para filmar un ángulo
abierto de la plaza, consciente de que estaba siendo observado por los
militares, cuando alguien me gritó. Por el otro ojo, vi que se trataba de un
soldado. Me volví, y empecé a correr con todas mis fuerzas. Por aquella yo era
una gacela corriendo, y me despisté entre la gente.
Vi un cine; una sala de cine. No supe en esos momentos que
se trataba del Cine Tlatelolco, y me metí en él. No sabía qué película echaban,
ni falta que me hacía. Sacudí el agua de mí cuerpo, y me dirigí a la taquilla.
Pero no había dado ni dos pasos, cuando alguien me gritó:
• “¡¡Si da un paso
más, le trueno!!-
Me volví ligeramente, y vi que cuatro soldados me estaban
apuntando con sus fusiles y bayonetas.
• “¡¡Al suelo!!
¡¡Pecho en tierra o le rompo la madre!!-
Ni rechisté. Me lancé al suelo, aunque tuve cuidado de la
cámara. No era una gran cosa, pero no era mía. Me puse bocabajo, y estiré los
brazos, sujetando la cámara con cuidado, pero ostensiblemente. Me guardaba un
triunfo en la manga, y rogué que me saliera bien.
• “¡¡Soy español!!
Quiero que hablen con mi consulado…”-
• “¡Vaya!
Gachupas, ¿eh?...”
Y sentí el cañón del fusil, o la bayoneta, con un
estremecimiento que me recorrió toda la columna vertebral hasta la nuca, y que
nunca olvidaré.
• “¡Gachupas de la
chingada! ¡Te voy a reventar a la madre!...”
Cuando de repente, una voz intercedió. Era una voz suave,
templada, sin gritos.
• “… ¡Está bien,
soldado!... Ya ni modo…”
Bueno; me sentí mejor, sobre todo, cuando de soslayo vi
como el energúmeno se alejaba de mí. Apareció otro par de botas, y oí aquella
voz, ahora muy encima de mí:
• “¿Español,
eh?...”
Contesté sin atreverme a mirar, muy nervioso:
• “¡Si, señor! Y
me gustaría que me pusiesen en contacto con mi Consulado…” La voz seguía siendo
suave; muy suave, en tanto tomaba la cámara:• “…
¿Y estudiante?...”
¡Diablos! Funcionó. Me hice el ofendido:
• “… ¡No señor!
Estoy en los Estudios Churubusco, y he venido para cubrir las Olimpiadas para
Televisa…”
Entonces, con la falta de la vista el oído se agudiza, y
sentí el cambio del tono de esa voz, que me ordenó, suave, pero contundente:
• “¡Incorpórese!...”
Le obedecí. Entonces vi a mi interlocutor. Era un
teniente, como lo demostraban sus enseñas. Vestía uniforme de campaña, como el
resto de la tropa. No exhibía ningún arma, salvo la pistola “escuadra”
reglamentaria, que llevaba en su funda en la cadera. Era muy joven, quizás algo
más que yo. De elevada estatura, atractivo, con un bigote, que se recortaba en
las comisuras, pero que era espeso, muy negro. Sus ojos, algo resguardados por
el casco, eran pardos, casi negros, y le hacían más frío. Me miraba fijamente,
y me exigió:
• “¡Identifíquese!...”
Saqué mi pasaje y el permiso de estancia, con el D.N.I
correspondiente. Examinó todo detenidamente. De repente, con un tono mucho más
humano:
• “¿Y viene a
filmar las Olimpiadas?...”
• “Así es
teniente…”-Se sorprendió de mis conocimientos de la jerarquía castrense
mejicana, y lo exteriorizó:• “¿Conoce
las insignias militares mejicanas, eh?... ¿Y qué hay de olimpiadas aquí?...
¿Qué se le perdió por esta onda? Acá no hay deportes ¿o sí? ¿Quizás las
carreras, verdad?
Su tono era suave y sin modulación; frío y sereno, aunque
se adivinaba la ironía. Me devolvió los papeles. Entonces vi como el soldado
que estaba junto a él le tendía la cámara, que me devolvió, sin chasis. El
detalle me hizo reaccionar.
• “… ¿El
chasis?...”
Me miró, frío, pero sardónico:
• “¡Queda
requisado por el Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos!...”-Y dio una orden
al resto de la tropa:• “¡Queda en
libertad!”
A penas pude responder:
• “… ¡Gracias,
señor!...”- Me olvidé del chasis; ¡mi As escondido, había funcionado!
Él me miró con leve rictus que podía ser una sonrisa,
exclamó, muy suave:
• “Espero ver el
reportaje…” Le miré sorprendido, y aclaró:• “…El
de las Olimpiadas, claro… Recordaré su nombre, y espero verle en los títulos,
señor Alcázar De Santiago…”
Y pronunció mi nombre con mucha nitidez. Afirmé
silenciosamente con la cabeza, en tanto me alejaba de allí.
La lluvia era ya persistente, pero me sentó bien y aspiré
el aire limpio del exterior. La lluvia limpiaba la polución reinante del DF.
Polución, pero me sentó bien el aroma de la lluvia; sobre todo, porque mi
estrategia había funcionado: el reclamo de la cámara les había desviado de
registrarme, pensando que era lo único rodado por mí. Pero la expresión de
aquel oficial; lo de la precisión de su expresión me dejó algo perplejo, y aún
resuena en ms oídos sus últimas palabras:
• “…Espero ver el
reportaje… El de las Olimpiadas, claro…”
Y que no se olvidaría de mi nombre… Espero que aún lo
recuerde.